lunes, 12 de junio de 2023

Mientras se espera la muerte

            El sábado fui a ver a mi abuelo, un día como tantos otros que había ido a visitarlo, pero con una pequeña diferencia pues está vez estaba enfermo. Al llegar lo vi muy débil, estaba usando un dispensador de oxígeno y apenas podía hablar. Eso no le impidió sonreírme como cada vez que me veía. Casi inmediatamente al verlo supe que se acercaba al final de su vida. Al despedirme le pedí su bendición y le di la mía con una gran incertidumbre sobre lo que pasaría a continuación.


           El domingo regresé a verlo y esta vez estaba casi inconsciente. Apenas despertó un par de veces mientras yo estuve con él. Pasé casi todo el día en su casa, conviviendo también con mis primos y mis tíos. Casi tres años de pandemia y dos de seminario han hecho que los momentos de convivencia con ellos hayan sido escasos en estos años, pero a pesar de las circunstancias pude pasar algo se tiempo también con ellos y mis sobrinos. Esta vez me despedí de mi abuelo sabiendo que no volvería a verlo pues debía regresar ya al seminario y no podría regresa hasta el próximo sábado. 


            El lunes me desperté ansioso esperando aquel mensaje que me avisara alguna triste noticia sobre mi abuelo. Pero pasó el lunes sin dicho mensaje. El martes llegaron sus dos hija y mi prima de Canadá y pensé que seguramente Dios, en su misericordia, había permitido que ellas pudieran llegar para verlo con vida y, cómo si fuera la señal que esperaba, me prepare nuevamente para recibir alguna noticia, pero concluyó el martes sin novedad alguna.


            Así se continuaron el miércoles, el jueves y el viernes. La única diferencia es que solo me iban contando como veían cada vez más débil a mi abuelo y con mayor sufrimiento. El sábado tuve que presentarme en la parroquia donde realice mi apostolado todo este año y al concluir las actividades, mientras caminaba rumbo a casa de mi abuelo, me sentía muy ansioso. Por un lado, me daba emoción poder volver a verlo, pero por otro deseaba ya que dejara de sufrir y que el Señor lo llamara a su lado. 


            Al llegar a su casa y verlo nuevamente me llene de tristeza por contemplarlo tan débil, tan lastimado, con un sufrimiento evidente pero silencioso debido a la inconsciencia. Permanecí el mayor tiempo que pude junte a él, rezando y pidiéndole a Dios entender porque era tan difícil esperar la muerte. Al despedirme de mi abuelo solo le dije algo que había escuchado en otra ocasión: “Descansa abuelo, y cuando el Señor te llame, no tengas miedo en seguirlo”.


            Al día siguiente me levanté temprano para regresar a su casa y tras un día agotador, con mucha incertidumbre, mientras todos hacíamos planes para volver a nuestras actividades de la semana, casi sin previo aviso, mi abuelo fue llamado, y, estoy seguro, acompañado por el Señor hacia la morada del Padre. 


            Fueron alrededor de 10 días de una agonía difícil, dolorosa y muy triste. Pero que me hicieron reflexionar mucho sobre la vida y la muerte. Y es que humanamente era imposible pensar que mi abuelo pudiera “resistir” tanto o que tuviera “tanta fuerza” cuando al pasar de los años se había ido debilitando cada vez más. No, definitivamente no era algo humano. Entendí que nuestra vida no está en nuestras manos o nuestras fuerzas. Dios es el dueño de nuestra vida y no es el cuerpo sino las manos de Dios lo que nos sostienen cada instante de nuestra vida. Suya es nuestra vida y nuestra muerte, y tan suyo es todo lo que tenemos que nuestros pecados también los hizo suyos para cargarlos sobre si y darnos Vida. 


       Si esto último lo afirmo, es porque creo firmemente en Cristo, a quien conocí en parte gracias a mis abuelos. Un día estaba en su casa viendo televisión cuando me llevaron a regañadientes a misa. Recuerdo que estaba muy enojado y que estaban arreglando la iglesia y había un andamio en la parte de atrás. Al iniciar el evangelio se fue la luz y todo quedó a obscuras. El padre a pesar de eso comenzó su homilía mientras recordaba el evangelio “echen las redes”. Ese día, esa homilía, ese entender que echar las redes es confiar en Dios, me bastó para encontrarme con Él. Por ello elegí a mis abuelos como padrinos de primera comunión y recuerdo que mi abuelo me enseñó a pedirle a Jesús después de comulgar que nunca se apartara de mi. Y hoy comprendo que aunque yo me separe de él, él va conmigo y no me deja sólo.   


            Además de mostrarme a Cristo, mi abuelo fue mi primer maestro de química; mi primer dueto al piano fue junto a él; me enseñó (cómo era tradición con sus nietos) a jugar ajedrez; la única vez que me regañó (de una manera muy tierna pero con firmeza) fue por haber sido grosero con mi abuela materna, y así también me enseñó a quererla; me enseñó a leer en inglés y a ser crítico con lo que leo. Recuerdo su alegría cuando le dije que estudiaría química Y también recuerdo que una y otra vez me insistía en que el estudio y la búsqueda de la verdad debían hacerme una mejor persona y un mejor cristiano. Podría seguir la lista pero basta con eso para entender que, en gran medida, mi abuelo ayudó a forjarme como persona. 


            Aunque hoy me acecha la tristeza, se sobrepone la alegría al saber que viví conociendo a mi abuelo más de un tercio de su vida. Que como uno de los primos mayores lo pude disfrutar al máximo, hablando ya de química, ya de música; ya de mí, ya de él; ya de la vida, ya de la muerte. Podría contar miles de anécdotas sobre cómo fui creciendo al tiempo que él envejecía imperceptiblemente, pero me quedo solo con una que fue uno de los mayores regalos estos días. 


            Estando ya inconsciente, pude atender a mi abuelo de la manera más sencilla pero tierna posible al ponerle un poco de crema en sus brazos. Y mientras lo hacía pensaba en el cariño que le tenía y que él me tenía. Apenas un reflejo del amor de aquél que nos amo primero y entendí así que mientras se espera la muerte, y más allá de ella, el Amor es lo que permanece. 





1 comentario:

  1. Gracias, Pedro David, por dejarnos leer de una manera tan hermosa los pensamientos y sentimientos que nacen del amor a abuelo y de lo que Dios te inspira.

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