miércoles, 25 de mayo de 2022

Sobre la historia de la Iglesia

 La historia de la Iglesia refleja la vida de Jesús:

La Iglesia nace entre los hombres y vive con ellos, sus santos, los conversos y los pecadores arrepentidos reflejan a los apóstoles y discípulos que de nuevo construyen cada vez la Iglesia de Cristo. Ellos son miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

La Iglesia come con los pecadores y trabaja en sábado, en domingo y todos los días. Cuando la mayoría de los hombres descansan, ahí los cristianos trabajan sin descanso. Eso es lo que debemos hacer como miembros de la Iglesia y, como Cristo: trabajar sin descanso curando y atendiendo a los enfermos y expulsando a los demonios de este mundo en nombre de Jesús. Las cosas buenas que hagamos en nuestro nombre o por soberbia, puede volverse una obra mala que nos aleje y que alejará a otros de Jesús, de quien queremos dar testimonio.

La Iglesia parte con nosotros el pan de sus sacramentos. La Eucaristía "el sacrificio vivo y santo" de Jesucristo, nuestro señor. Él dirige la Iglesia por medio de su vicario en la tierra; de los sucesores de Pedro y de los apóstoles. El bautismo, que da nueva vida al mundo. La confirmación, que hace presente en nuestra vida la acción del Espírito Santo con nuestro sí a los valores y promesas del Evangelio. ¡La reconciliación! que también nos renueva y nos da el perdón necesario para nuestros pecados, nos une nuevamente a Dios. El matrimonio, que renueva la faz de la tierra. La unción de los enfermos, a quienes tantas veces se olvida. Y el orden sacerdotal, que hace presente a Cristo en el altar, en los confesionarios del mundo y en el día a día de todas las comunidades. 

La Iglesia también muere y resucita. Es a menudo martirizada como Jesús, como Pedro. El mundo la hiere y quiere destruirla porque no reconoce en ella al hijo de Dios: su palabra hecha carne. Se desprecia a los cristianos porque el mundo no reconoce a aquél que nos ha enviado, no reconoce a la Verdad que es camino y vida. Si reconocemos a Cristo en la Iglesia (en la asamblea, como el apóstol Santo Tomás) resucitaremos con él, como el ladrón arrepentido al morir.

Cristo resucitó con un cuerpo glorioso. La Iglesia, al resucitar como su Maestro, explica las escrituras y parte para nosotros el cuerpo de Cristo, repartiéndolo entre todos los hombres de todas las naciones. Lleva la buena noticia a a los hombres que han perdido la esperanza y que se alejan de la Iglesia, como los discípulos de Emaús, sin sospecha que ese camino le puede conducir de nuevo a ella, cuando Cristo salga a su encuentro.

Nuestra misión como cristianos es salir al encuentro de esos hombres, así como Cristo ha salido a nuestro encuentro a través de nuestros padres, nuestros amigos, nuestros obispos y sacerdotes, nuestros maestros, nuestros catequistas, nuestros santos y todos nuestros hermanos en Cristo. 

Todos los caminos conducen a la Iglesia que es Católica: es decir, que abarca a todos, que es para todos y que acoge a todos. Solo hay que recorrer el camino hasta la meta. 

No hay nadie que no pueda salvarse, todos estamos llamados a esa vida nueva. Solo hace falta querer el bien y arrepentirnos del mal y evitarlo: convertirnos. Dirigir nuestra vida a ese camino, una vida nueva libre y alegre, en paz con Cristo y en Cristo. 

Todos debemos ser, antes de morir, un ladrón arrepentido; para estar con Él después de morir y estar con nuestros hermanos en el paraíso. Esa es la felicidad que esperamos y prometemos los cristianos; que espera y promete la Iglesia, porque nos la ha prometido Cristo, que venció a la muerte y nos da el paso a la vida eterna.




domingo, 10 de abril de 2022

Una breve reflexión sobre referéndums este Domingo de Ramos

En un día de referéndum como hoy ¿por qué no aprovechar para reflexionar a profundidad?

Hoy, Domingo de Ramos, recordamos el voto del pueblo que con las palmas recibió a Jesús como un rey y lo proclamó bienvenido. Unos días más tarde en una nueva elección multitudinaria, esa ciudad eterna aclamó a mano alzada y a voz en cuello otra sentencia en un nuevo referéndum:

"¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!"

Nuestra a veces inhóspita ciudad de México repite hoy tantas veces ese antiguo nuevo referéndum: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!" Lo repite cada vez que no damos de beber al migrante sediento que nos pide en la calle y no vestimos al andrajoso vagabundo, ni damos de comer al borracho dormido en la banqueta que quizá lo ha perdido todo: trabajo, sustento y esperanza. O cuando no visitamos al preso, tantas veces encerrado injustamente.

Monumento representando a personas del pueblo y revolucionarios en la revolución mexicana

¿Podrán nuestras ciudades recuperar la sensibilidad perdida? ¿Podrán bajar de la cruz el cuerpo inerte de Cristo, presente en cada persona que sufre, y sepultar esa esperanza... para encontrar la próxima semana la tumba vacía y resucitado de veras su Amor y su esperanza?

Aunque a veces es lo que elegimos, el pecado con que crucificamos a Cristo nos aleja de la Verdad y nos arrebata la libertad. ¿Aún así esperamos que nuestras elecciones y la democracia nos salven siempre de cualquier mal? 

Solo Cristo, el rey del universo y el único rey justo, perfecto y bueno, nos salva del abismo de nuestro egoísmo, de la tiranía de la ley inmisericorde, y de la corrupción y el vacío del poder por el poder. Solo Él nos conduce al Reino prometido de la eterna paz

Jesús y el buen ladrón

Y esto es necesario para entrar: reconocer que hemos pecado, tener un propósito de enmienda, resarcir el daño y alejarnos del mal. Dar la vuelta hacia esa tierra prometida de la fraternidad y de la paz y dar la espalda a la otra tierra que nos tiene encadenados: la del pecado, la indiferencia y el egoísmo. 

Y al final con confianza pedirle a Él, que tiene todo el poder puesto a nuestro servicio y que nos lava los pies cansados: "Señor, cuando estés en tu reino, acuérdate de mí". Pues ante el dolor y la muerte de nuestros hermanos que sufren, todos podemos ser un ladrón arrepentido.