domingo, 29 de septiembre de 2019

Sono arrivato a Roma!


         No recuerdo desde hace cuánto tiempo había deseado y anhelado esto, pero hoy, finalmente, pise Roma por primera vez (primera de muchas, espero). Camino por las calles lleno de emoción, me siento como si ya conociera la ciudad, como si la visitara cada semana, ¡como si estuviera en casa!

         Roma, “¡la ciudad eterna!” Definitivamente, es el nombre más adecuado para la ciudad, sobre todo hoy en día que hay eternas filas de turistas en todos lados (casi parece imposible descubrir aún un lugar escondido y secreto dentro de la ciudad). Justo ahora, me encuentro en una fila. Creí que no tardaría más de 5 minutos, pero llevo ya cerca de 30 minutos y aún no he avanzado. De hecho, no se alcanza a ver el final de la fila, únicamente que en algún punto da vuelta a la derecha y…habrá que esperar a avanzar para saber qué hay después de la vuelta.

         Curiosamente, la fila no se ve tan grande. En realidad, se ve pequeña o mas bien, nos vemos pequeños junto a las imponentes columnas que marcan el camino. Estamos en el Vaticano y las columnas diseñadas por Bernini para dar un gran abrazo a la humanidad nos sirven ahora de cobijo ante el pesado sol de verano.



         La fila comienza a avanzar y cuando uno presta atención, se da cuenta de que hay hombres y mujeres, altos y bajos, viejos y jóvenes. Algunos hablan inglés, otros alemán, la mayoría italiano y yo en realidad no voy hablando porque estoy contemplando la gente, las columnas, los colores… Y veo que, a pesar de ser tan diferentes, todos tenemos algo en común en esa fila.

         Así como yo, todos llevan una hoja en su mano, es una carta invitándonos a participar en la audiencia general de los miércoles con el papa y por eso esperamos pacientemente (pero con visible emoción) en la fila. Y es que todos creemos en el mismo Dios, un Dios que no es indiferente al hombre, que compartió incluso nuestra humanidad y que todavía hoy, nos sigue compartiendo todo lo que él es. Es un Dios que, para darse a conocer, se vale de otros hombres y a través de ellos, sale a nuestro encuentro y nos llama por nuestros nombres, invitándonos a cada uno a una tarea en específico. A algunos los ha llamado para cuidar y enseñar a su pueblo, y entre ellos hay uno que guía y cuida a toda la Iglesia de manera especial. Ése es el papa, y por ello, es un gran regalo poder peregrinar a Roma.

         He hecho varias peregrinaciones en mi vida, sin embargo, nunca había sido tan consciente como ahora de lo que eso significa. Había querido visitar Roma desde que empecé a estudiar italiano hace 16 años y aunque he tenido la gracia de viajar mucho (¡en ese tiempo he salido del país 14 veces!) nunca había podido estar en Italia. En realidad, nunca había estado listo para visitarla y ahora creo que cada uno de esos viajes me fue preparando para poder cumplir el gran deseo que tenía de conocer la basílica de San Pedro. Hace alrededor de año y medio empecé a querer responder la pregunta “¿A qué me está llamando Dios?” y empecé un proceso de acompañamiento vocacional con la intención de ingresar en el seminario. Comencé este viaje con la intención de profundizar en este camino y como en toda peregrinación, regresé no tanto con lo que había ido a buscar, sino con lo que Dios sabía que necesitaba en estos momentos.

         Mi peregrinaje empezó unos días antes cuando, junto con mi hermano, recibía la bendición de nuestros padres y cruzaba la puerta del aeropuerto. Lo habíamos estado planeando desde un año antes y al final, el tiempo se nos vino encima, muchos preparativos se quedaron en el aire y aún el día anterior a nuestra partida yo pensaba que quizá tendría que quedarme en México.



         Una de las cosas que más me emocionaba del viaje, era realizarlo con mi hermano y ya desde los primeros momentos en el avión confirmamos que no hay mejor compañero de viaje (y sobre todo de la vida) que un hermano. Llegamos primero a París a uno de los aeropuertos más famosos del mundo pero que a mi, por su estructura circular y sus cientos de escaleras, me pareció una nave espacial de esas viejísimas y por más que dábamos vueltas y vueltas no encontrábamos nada de nada y fue toda una proeza lograr salir del aeropuerto para llegar a la ciudad.

         Recorriendo el Sena llegamos hasta la catedral de Notre Dame, hacía apenas 2 meses que se había incendiado y verla de cerca fue un escenario bastante triste. El día del incendio yo me encontraba con mis compañeros del seminario. Terminábamos de comer cuando empezamos a escuchar las noticias. Recuerdo que uno de mis amigos del grupo, de ascendencia francesa, me comentaba con mucha tristeza “para mí, también esa es mi catedral”. No dejaba de ser significativo el hecho de estar en plena misión de semana santa.

         Nos acercamos lo más que se podía a la catedral que se encontraba cerrada, llena de tablas, con los andamios aún quemados, la gente llegaba y se tomaba fotos como si fuera un espectáculo más de París. Poco antes había leído que ahora que estaba cerrada, se acercaba más gente que antes por “la novedad” de ver la Iglesia quemada. Supongo que me veía un poco raro rezando frente a Notre Dame, rodeado de turistas y yo persignándome.



         En realidad, me sentía un poco confundido. En los últimos años se ha podido ver como va creciendo una actitud anticlerical y de hostilidad hacia cualquier manifestación religiosa (¡aún en la vida privada!) en el mundo occidental en general y de manera muy particular en Francia. Veía todo eso reflejado en la fachada ahumada de la catedral. ¡La catedral! el corazón de la fe de una ciudad tan importante en la historia de la Iglesia parecía muerta. Muchas veces es difícil entender por qué, a pesar de que Jesús estará con nosotros hasta el fin del mundo, su Iglesia parece derrotada. Sentí que por fin comprendía a los apóstoles cuando lloraron, escondidos y desesperados, la muerte de Jesús.

         Uno de los cuestionamientos que más le hace al cristianismo el mundo secularizado es el de tomar la cruz como signo. Convendría ver la actitud de Juan y Pedro cuando, tres días después de la muerte de Jesús, corren al sepulcro ante las noticias de su resurrección.  ¿Pero por qué buscar en el sepulcro a quien está vivo?  Al ver las vendas caídas y el sudario enrollado pueden decir que Jesús realmente murió, pero es cuando ven el sepulcro vacío que se dan cuenta de que ha resucitado. Y es que la resurrección de Cristo no puede ir separada de su muerte. Lo humano de la cruz se une con lo divino de la resurrección. Sólo contemplando ambos acontecimientos se puede entender el misterio de la salvación. Nuestra propia esperanza en la resurrección comienza con la cruz.


         Al día siguiente fuimos a la iglesia del Sacré Coeur. Se celebraba la misa del Corpus Christi y ha sido una de las misas más increíble, solemne, alegre y llena de fe y devoción en las que he participado. Si es difícil describir lo que se siente en una misa ordinaria, sería imposible describir ésta. Una cosa me quedó claro, ¡en París, la fe no está muerta!

         Cuando uno piensa que la Iglesia está derrotada o que la fe está muerta, quizá esté buscando en el lugar equivocado, quizá solo esté viendo las vendas en el sepulcro sin darse cuenta de que ya está vacío.



         

domingo, 6 de enero de 2019

6 de enero: La Epifanía

Hoy, 6 de enero, conmemoramos un acontecimiento muy importante: La Epifanía. La Epifanía fue la visita de los «magos» de Oriente a un pequeño niño a quien reconocieron y adoraron como rey (Cristo Jesús, Rey del Universo por voluntad del Padre). ¿Por qué adoraron estos magos a un niño recostado en un pesebre?
 Epiphany | pixabay
Cristo no es simplemente un rey, sino el Rey justo y misericordioso que sirve a los demás y que ha venido a rescatar a su pueblo con su vida. Un buen soberano que salva a los que sufren por el mal. Los Reyes Magos se sometieron a su autoridad mediante el gesto de los presentes que le otorgaron siendo recién nacido en Belén: Mirra por ser hombre, oro por ser rey, e incienso por ser Dios.
Nosotros podemos confiar en que los Reyes Magos integrarán nuestras plegarias a aquél que busca nuestro sumo bien, y que tiene el poder para otorgarnos lo que le pidamos. Así que podemos pedirle a los reyes magos aún aquello que parezca más difícil de obtener y que sepamos que es mejor para nosotros, confiando en que es Jesús quien puede concedernos esa gracia porque nos ama.
 Pixabay
Aún si ya hemos entregado nuestra carta a los reyes Magos con lo que nos gustaría recibir mañana como regalo, no olvidemos comunicarles también lo que nos aflige y aquello inmaterial que deseamos. De este modo, será este 6 de enero un buen día para recordar que lo material se descompone, y que donde está nuestro tesoro, ahí estará nuestro corazón. Que sea nuestro tesoro el tiempo de convivencia con los demás y el amor que les tenemos, más que los bienes materiales que recibimos.
Les deseo a todos un feliz día de la Epifanía. Que este año que comienza reciban grandes bendiciones materiales e inmateriales de Aquel que todo lo puede.
 Tres reyes magos - pixabay