domingo, 10 de abril de 2022

Una breve reflexión sobre referéndums este Domingo de Ramos

En un día de referéndum como hoy ¿por qué no aprovechar para reflexionar a profundidad?

Hoy, Domingo de Ramos, recordamos el voto del pueblo que con las palmas recibió a Jesús como un rey y lo proclamó bienvenido. Unos días más tarde en una nueva elección multitudinaria, esa ciudad eterna aclamó a mano alzada y a voz en cuello otra sentencia en un nuevo referéndum:

"¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!"

Nuestra a veces inhóspita ciudad de México repite hoy tantas veces ese antiguo nuevo referéndum: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!" Lo repite cada vez que no damos de beber al migrante sediento que nos pide en la calle y no vestimos al andrajoso vagabundo, ni damos de comer al borracho dormido en la banqueta que quizá lo ha perdido todo: trabajo, sustento y esperanza. O cuando no visitamos al preso, tantas veces encerrado injustamente.

Monumento representando a personas del pueblo y revolucionarios en la revolución mexicana

¿Podrán nuestras ciudades recuperar la sensibilidad perdida? ¿Podrán bajar de la cruz el cuerpo inerte de Cristo, presente en cada persona que sufre, y sepultar esa esperanza... para encontrar la próxima semana la tumba vacía y resucitado de veras su Amor y su esperanza?

Aunque a veces es lo que elegimos, el pecado con que crucificamos a Cristo nos aleja de la Verdad y nos arrebata la libertad. ¿Aún así esperamos que nuestras elecciones y la democracia nos salven siempre de cualquier mal? 

Solo Cristo, el rey del universo y el único rey justo, perfecto y bueno, nos salva del abismo de nuestro egoísmo, de la tiranía de la ley inmisericorde, y de la corrupción y el vacío del poder por el poder. Solo Él nos conduce al Reino prometido de la eterna paz

Jesús y el buen ladrón

Y esto es necesario para entrar: reconocer que hemos pecado, tener un propósito de enmienda, resarcir el daño y alejarnos del mal. Dar la vuelta hacia esa tierra prometida de la fraternidad y de la paz y dar la espalda a la otra tierra que nos tiene encadenados: la del pecado, la indiferencia y el egoísmo. 

Y al final con confianza pedirle a Él, que tiene todo el poder puesto a nuestro servicio y que nos lava los pies cansados: "Señor, cuando estés en tu reino, acuérdate de mí". Pues ante el dolor y la muerte de nuestros hermanos que sufren, todos podemos ser un ladrón arrepentido.