domingo, 5 de julio de 2020

La persona que más admiro

Sé que muchos hoy en día admiran enormemente a Obama, a López Obrador, a Elon Musk, a Greta Thunberg o a Malala. Algunos otros son grandes fanáticos de algún grupo musical de j-pop o k-pop ¿Y cuántos no son admiradores de Lady Gaga más que de nadie en la vida?

En varias ocasiones eso me ha animado a pensar sobre la persona a quien yo más admiro. El talento y las acciones de muchos famosos impresionan y llaman la atención, aunque otras veces no nos es fácil admirar demasiado a los que nos parecen distantes y podríamos preguntarnos ¿podré llegar a conocer lo suficiente a ésta persona con quien no puedo charlar? A veces olvidamos la gran importancia de las pequeñas acciones o de las convicciones más profundas, que al pasar de los años llegaremos a descubrir en aquellos a quienes tenemos más cerca.

Lo que escribo hoy surge en parte por lo que escribieron recientemente mi hermano, Pedro y mi prima, Fer sobre cada uno de nuestros respectivos papás, Sergio y Tomás. Ambos me han conmovido y han hecho que me anime a escribir y publicar esta entrada que llevaba ya tiempo considerado. A diferencia de lo que escribió mi hermano ("A mi padre", aquí en El Acueducto Romano), lo que lees no se tratará de nuestro padre, pero sí de un papá… del papá de nuestro padre: nuestro abuelo, Sergio.

A quien más admiro en este mundo está sumamente más cerca que las personas famosas o ilustres que todos conocen. A mi abuelo puedo admirarlo por bastantes más razones que a cualquier famoso.

Admiro especialmente todo lo que sabe, lo mucho y lo rápido que lee, que sea tan curioso del mundo. También me encanta lo mucho que disfruta el ajedrez o que pueda leer partituras y que toque tan bien el piano y aprenda nuevas palabras al resolver crucigramas todos los días ¡A sus más de 80 años es impresionante el gran ánimo que tiene para aprender cosas nuevas!

Pero lo que más le admiro, es su compromiso con su familia. Siempre ha amado a su esposa — mi abuela. Han estado separados por periodos largos, sobre todo cuando tenían poco de casados. Y ahora que están todo el tiempo juntos y que son ya bastante más grandes, se preocupa aún más por ella:
cuando tose, cuando se enferma, cuando no duerme o cuando algo le duele.

Alguno de sus hijos — mis tíos —, lo conoció al regresar de uno de sus viajes, pero él siempre estuvo al pendiente de cada momento de todos. Mi abuelo ha trabajado en otros países ¡y siempre regresó con más ánimos que antes! para cuidar y amar a su familia.

También cuidó siempre de su hermana, Irma. Y además la alentó a aprender música, algo de italiano y muchas otras cosas.

Habrá sido difícil para él separarse por períodos cortos y largos de la esposa y los hijos que tanto ama. Lo hacía por ellos: para darles lo que necesitaban. Y cuando regresaba, su tiempo era para ellos ¡y qué gran alegría para todos cuando estaban juntos! Esas separaciones les enseñaron a todos a valorar más la compañía, el calor del hogar, los abrazos… ¡Cómo aprendió mi abuelo de todo eso!

Mi abuela platica más que mi abuelo y gracias a ella todos lo sabemos. Cada domingo durante la hora ¡o las horas! de la comida, siempre cuenta anécdotas de aquellos días, junto con más anécdotas de cuando era niña y hacía travesuras.

Algo más que admiro de mi abuelo: sin ser muy tímido (porque siempre dice lo que piensa y enseña lo que sabe) escucha más de lo que habla… y piensa con cuidado. ¡Qué rara se ha vuelto en nuestros días esa hermosa cualidad!

Pensando y escuchando, cambió incluso ideas profundas sobre lo que creía; porque es humilde y busca la verdad. Ama a su familia y sé que ha visto reflejado en ella el rostro del gran Amor: el del Padre amoroso y su Hijo, que nos esperan a todos en su morada eterna, al término de nuestros días — ¡más bien, todos los días! — y con los brazos abiertos. En gran parte gracias a ese amor de mis abuelos he podido descubrir que el amor no es únicamente un sentimiento humano, sino algo más sublime.

Ese amor tan patente cuando mi abuela le dictaba a mi abuelo en inglés, aunque no dominara el idioma, que eso poco importa. O cuando ambos, ya mayores, viajaron juntos a Canadá para visitar a su hija y a sus más jóvenes nietas. Ese amor que es lucha, trabajo, sacrificio… pero también gozo, compañía y servicio desinteresado (aunque aun así correspondido).

Mi abuelo es también un gran traductor. Y ese trabajo es digno de apreciar: A parte del gran talento, que ha desarrollado para aprender idiomas se esfuerza al máximo por lograr que las palabras que lee en inglés o en algún otro de los idiomas que conoce digan, si es posible, lo mismo que en español — y viceversa.

Siempre he disfrutado las maravillosas ocasiones en que he traducido algo con mi abuelo. Todas ellas han sido una divertida aventura. ¡Especialmente aquella traducción, hecha al momento, de un rebuscado poema de Edgar Allan Poe! de más está decir que mi abuelo hizo casi todo el trabajo y las partes más complicadas; y que decidió hacerlo de inmediato, principalmente debido a los defectos de la traducción que yo estaba leyendo.

Ese es otro rasgo genial suyo. siempre estará dispuesto a ayudar, especialmente, al enseñar y compartir conocimientos. Y si algo que un nieto le pregunta no lo sabe ¡no tardará en saberlo! Buscará en la enciclopedia, le preguntará a algún amigo y lo investigará de alguna forma hasta resolver completamente cualquier duda… Y seguirá interesado en el tema, además aprenderá algo nuevo al respecto y por supuesto que lo compartirá en cuanto pueda con nosotros.

Él, mi abuelo fue mi primer maestro ¡Y es el mejor que tengo!

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