miércoles, 15 de mayo de 2024

Pensamientos sobre el Maestro

             Recuerdo la primera vez que entré a mi salón de clases. La emoción y orgullo que había sentido unas semanas antes cuando se anunciaron los horarios y vi mi nombre en la columna “profesor” no eran nada comparados con los nervios que ahora tenía.

Llevaba varios días pensando en cómo daría esa primera clase sin llegar a ninguna conclusión y en realidad había preguntas más importantes en tanto que eran las que realmente me ponían nervioso. ¿Cómo serían los alumnos? Si de repente perdía el control de la clase, ¿cómo lo recuperaría? Si alguien se dormía como yo lo hacía de alumno, ¿debería despertarlo, o no? Y peor aún…. ¿qué tal que yo no supiera lo suficiente de la materia y quizá no debía estar ahí?

Al entrar lo primero que vi fueron únicamente cuatro rostros entre los cuales reconocí uno del semestre anterior cuando había tomado mi “curso de capacitación para profesores” y había acompañado un grupo como “adjunto”. Comencé por preguntar sus nombres, el semestre en que se encontraban, lo que les gustaba de la química… y al final no fue tan malo.

El semestre automáticamente tomó su ritmo y sin darme cuenta a esa primera clase siguió la segunda y luego la tercera… y cuando menos me lo esperaba estaba comiendo una pizza junto con mis primeros alumnos para festejar el fin de semestre. A ese grupo le siguió otro y luego otros y de pronto esa etapa como maestro, breve pero hermosa, llegó a su fin.

Por un lado, comenzó la pandemia, por el otro entré al seminario y mi vida cambió radicalmente. Tuve que dejar las clases, el laboratorio, mi universidad y toda mi vida académica, y contrario a todo lo que había pensado al estudiar la licenciatura y luego el posgrado e ir avanzando en la carrera académica, terminé de nuevo en otra universidad pero está vez como alumno y estudiando filosofía.

Quizá algún día escriba algo sobre los corajes que pasa un químico al estudiar filosofía, y definitivamente aún no sé si es más abstracto hablar del ser de las cosas, que en realidad resulta evidente, o pensar en la reactividad de los átomos sin siquiera poder verlos. Lo que sí sé, es que mi visión del maestro ha cambiado mucho a lo largo de mi vida.


Gotthardt Kuehl, Im Waisenhaus , 1886          

Crecí sabiendo que mi mamá daba clases en la universidad a niños mucho más grandes que yo. Y desde que iba en la primaria asumí que el camino de la vida era estudiar, llegar a la universidad y dar clases. Ya en el kinder tuve una maestra que me hizo llorar y me hizo odiar la escuela. En la primaria tuve grandes maestros que me enseñaron cientos de cosas que recuerdo aún y miles de cosas que seguro ya olvidé. Mis recuerdos de secundaria son algo borrosos salvo que ahí nació mi vocación de químico, aunque eso lo descubrí años después.

En la prepa fragüé mis grandes amistades y por primera vez me hice amigo de un maestro. Al llegar a la universidad descubrí que los alumnos de mi mamá no eran ya niños más grandes que yo, ahora incluso le daba clase a mis excompañeros de la prepa.

Al cumplir mis 23 años, había ya concluido mis estudios de licenciatura y creo que no sabría cómo contar la cantidad de maestros que tuve a lo largo de esos años. Pero estoy seguro que de todos aprendí alguna cosa, que todos dejaron algo en mí y que quizá en uno que otro habré dejado algo yo también.

Ahora que he estudiado algo de filosofía me ha interesado especialmente el tema del conocimiento, el saber qué es el conocer y cómo conocemos. La filosofía clásica, cuando describe el proceso de abstracción es realmente fascinante, pero creo que se queda corta en cuanto al tema del conocimiento por testimonio. Al fin y al cabo, casi todo lo que sabemos lo sabemos no porque nosotros lo hayamos descubierto sino porque alguien lo aprendió primero y nos lo enseñó. Desde luego no todos los conocimientos que tenemos nos importan lo mismo, y apreciamos especialmente a quienes nos han enseñado aquello que valoramos más. Y es ahí donde los maestros cobran especial importancia.

En el día del maestro es común felicitar a los antiguos maestros y recordar a quienes más cariño se les ha tenido. Pero he notado que generalmente cuando se les hace ver lo buenos que son en su trabajo, suelen sonrojarse y decir que no es para tanto. En general pienso que no es falsa modestia, yo al menos también he experimentado que, llegado el momento, uno no piensa que haya enseñado gran cosa. Si acaso, fue uno el que aprendió.

¿Qué hace entonces al buen maestro? Puedo decir que, en toda mi vida, el conocimiento más importante que he tenido no ha sido de algo sino de alguien. De aquél que dijo ser El Maestro, y que a sus discípulos los amó tanto que pudo llamarlos amigos y los amó hasta el extremo. Hoy veo que aquella primera clase que di la inicié bien, a pesar de mi ignorancia en el asunto, preguntando los nombres de mis alumnos pues el primer paso para poder ser un verdadero maestro es interesarse por los alumnos para poder llegar a amarlos de verdad.

Jesús, el Maestro, también dijo que él era el Camino, la Verdad y la Vida y pienso que a eso se reduce la enseñanza. De algunos maestros he aprendido el camino para realizar algo, desde una operación matemática hasta una reacción química e incluso un camino espiritual. De otros maestros me ha fascinado su amor por la Verdad. Hoy este aspecto está sumamente lastimado pues el mundo ya no reconoce la verdad y quiere silenciar a quien se atreve a mencionarla. Mi mamá, como maestra y como madre, ha sido mi mayor ejemplo en este sentido. Y también de otros maestros he aprendido grandes cosas sobre la vida. De chicos solemos menospreciar a los maestros que “solo” hablan de su vida pero quizá ellos, al compartirnos su vida, nos han enseñado en gran medida cómo vivir la nuestra.

El camino, la verdad y la vida, ¡de cuántas personas no hemos aprendido tantas cosas al respecto! Quizá por eso podemos reconocer como maestros no solo a nuestros antiguos profesores, sino también a nuestros padres, hermanos, tíos, abuelos, amigos... Pero en todo esto veo que maestro en nuestra vida es todo aquél que, muchas veces sin saberlo, es reflejo del Maestro en nuestras vidas.

Hoy veo que gran parte de mi familia ha terminado dando clases, en especial me alegro por mis primos y sus esposos y esposas por quienes me he inspirado para escribir estas líneas. Sobre todo, porque se van convirtiendo poco a poco en maestros también de la vida conforme nacen mis sobrinos (y los más chicos, que apenas se van casando, ya llegarán a ese momento). A todos ellos les digo, felicidades, sean cercanos e imiten siempre a Jesús como maestro. Y a los que ya tienen hijos, déjense siempre enseñar también por los niños, tal parece que algo podemos aprender de ellos. Sean siempre buenos padres y así, al ver en sus hijos la confianza plena que tiene un niño para con sus papás, el mundo aprenderá que, si el Maestro nos amó primero, es para enseñarnos a amar al Padre.  


Jan Steen, Maestro de Escuela, 1668.