En un día de referéndum como hoy ¿por qué no aprovechar para reflexionar a profundidad?
Hoy, Domingo de Ramos, recordamos el voto del pueblo que con las palmas recibió a Jesús como un rey y lo proclamó bienvenido. Unos días más tarde en una nueva elección multitudinaria, esa ciudad eterna aclamó a mano alzada y a voz en cuello otra sentencia en un nuevo referéndum:
"¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!"
Nuestra a veces inhóspita ciudad de México repite hoy tantas veces ese antiguo nuevo referéndum: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!" Lo repite cada vez que no damos de beber al migrante sediento que nos pide en la calle y no vestimos al andrajoso vagabundo, ni damos de comer al borracho dormido en la banqueta que quizá lo ha perdido todo: trabajo, sustento y esperanza. O cuando no visitamos al preso, tantas veces encerrado injustamente.
¿Podrán nuestras ciudades recuperar la sensibilidad perdida? ¿Podrán bajar de la cruz el cuerpo inerte de Cristo, presente en cada persona que sufre, y sepultar esa esperanza... para encontrar la próxima semana la tumba vacía y resucitado de veras su Amor y su esperanza?
Aunque a veces es lo que elegimos, el pecado con que crucificamos a Cristo nos aleja de la Verdad y nos arrebata la libertad. ¿Aún así esperamos que nuestras elecciones y la democracia nos salven siempre de cualquier mal?
Solo Cristo, el rey del universo y el único rey justo, perfecto y bueno, nos salva del abismo de nuestro egoísmo, de la tiranía de la ley inmisericorde, y de la corrupción y el vacío del poder por el poder. Solo Él nos conduce al Reino prometido de la eterna paz.
Y esto es necesario para entrar: reconocer que hemos pecado, tener un propósito de enmienda, resarcir el daño y alejarnos del mal. Dar la vuelta hacia esa tierra prometida de la fraternidad y de la paz y dar la espalda a la otra tierra que nos tiene encadenados: la del pecado, la indiferencia y el egoísmo.
Y al final con confianza pedirle a Él, que tiene todo el poder puesto a nuestro servicio y que nos lava los pies cansados: "Señor, cuando estés en tu reino, acuérdate de mí". Pues ante el dolor y la muerte de nuestros hermanos que sufren, todos podemos ser un ladrón arrepentido.