Uno nunca deja de maravillarse por
la gran diversidad que hay en la naturaleza, desde la bacteria más pequeña (que
aún siendo invisible puede ser letal) hasta la ballena más grande que hay en el
océano (que pueden llegar a ser muy amigables con los humanos). Lo cierto es
que una persona jamás podría conocer todos los animales y mucho menos llegar a
entender el papel que juegan en el planeta. Sin embargo, el hombre siempre ha
querido conocer más acerca de la naturaleza y compartir lo que observa, así los
viajeros llevaron animales de un lugar a otro para mostrarlos e incluso formar
colecciones de animales que dieron lugar a los zoológicos. Hoy en día, a miles
de años de distancia del primer zoológico, no es necesario viajar, ni siquiera
al parque más cercano, para poder ver animales exóticos pues la televisión ha
ayudado a difundir el conocimiento sobre los animales e incluso hay canales
dedicados exclusivamente a ellos.
Un día me encontraba en casa de mis
abuelos viendo un programa de televisión sobre los bagres gigantes del
amazonas, era un programa sombrío y violento, ¡hasta relataban cómo estos peces
comían gente! Es importante mencionar que dicho programa lo veía acompañado de
mi tía a quien le fascinaba ver animales en la tele. Claro que yo también
prefiero ver al bagre en una pantalla que estando perdido en la selva
Brasileña. Estando los dos viendo la tele, llegó alguien, rápidamente quedó
atrapado por las imágenes y preguntó “¿De dónde son esos peces?” a lo que mi
tía respondió rápidamente “De algún lugar de África”. Y es que, para mi tía,
desde el oso polar hasta el ornitorrinco, eran animales de África.
Mi infancia está llena de recuerdos
como estos, siempre familiares, rodeados de mis abuelos, tíos, primos…y por
supuesto, mi tía. La hermana menor de mi abuelo a quien quise entrañablemente.
Cuántas veces no llegaba, saliendo de la primaria, a comer a casa de mis
abuelos y subía a la azotea al pequeño cuarto donde vivía mi tía y la
encontraba tocando la guitarra y cantando. Más de una vez quiso enseñarme una
canción, casi podría decir que fue mi primer maestra de música, claro que no
podría yo decir que fui un buen alumno, pero si recuerdo con cariño esos
momentos en los que veía a mi tía tocando.
Recuerdo también alguna de sus
frases, siempre repetida cuando alguien estaba de travieso. “¡Pareces niño
chiquito!”. Cierto día, estábamos jugando con un primo que tendría unos cinco
años, y estaba algo latoso por lo que se ganó el regaño “¡Pareces niño
chiquito!” a lo que su hermano respondió, “Pero tía, ¡es un niño chiquito!” y
mi tía finalizó la discusión con un contundente, aunque socarrón, “Pues que
crezca”. Y es que ella vió crecer de cerca a sus sobrinos y luego a nosotros,
sus sobrinos nietos y aunque dicen que crecer duele, además de ser inevitable, nos
permite entender mejor lo que nos rodea, y sobre todo, a quienes nos rodean.
Hoy que se un poco más acerca de mi
tía, he llegado a admirarla y a pensar que su vida, fue una de las más plenas
que conozco. Sin duda, la persona que más la marcó fue su padre, un hombre
también admirable que, no pudiendo su hija hablar bien hasta la edad de 9 años,
la impulsó hasta que logró ser la directora de un jardín de niños de nombre
Cri-Cri. ¡Vaya que sabía lo que era un niño chiquito!
Las circunstancias de la vida, la
llevaron a vivir al lado de su hermano y de su cuñada. Un gran sacrificio para
todos que supieron llevar con entrega y alegría, con sus naturales altibajos. Y
como todo gran sacrificio, rindió sus frutos, y uno de ellos, por el que estoy
muy agradecido, es que pude conocer muy de cerca a mi tía. Además de la guitarra, aprendió a tocar el
piano y llegó a cantar en un coro. Aún conservo sus partituras del réquiem de
Mozart. Era de las pocas personas que conozco que podían apreciar cualquier
concierto, ya fuera de vivaldi, de stravinsky o de algún compositor
contemporáneo. Además de la música, su otra gran pasión que tenía era Dios. Siempre
estuvo ávida de conocimiento y durante mucho tiempo se dedicó a tomar y dar
cursos de pastoral. Cuando llegaba a platicar con ella de esos temas me
impresionaba lo que sabía y ya quisieran muchos teólogos entender ciertas cosas
con la sencillez y humildad con que ella las entendía.
Hace unos meses le diagnosticaron leucemia
y me llegó a comentar que ella se sentía lista para morir. Que ella ya sabía
que cuando Dios dijera sería el momento. Me impresionó la tranquilidad con que
me lo dijo. Me parece un muy buen ejemplo para el mundo de hoy el poder aceptar
la muerte con esa tranquilidad y con esa fe. Y es que, ¿qué importancia tiene
el decir que todos los animales vienen de África, si sabemos de dónde venimos
nosotros? Teniendo certeza sobre nuestro origen, la podemos tener también sobre
nuestro destino y, así como mi tía, estoy seguro en que esta vida es sólo de
paso, y que si Jesús murió en la cruz con los brazos abiertos es para poder
recibirnos así el día que, plenamente, empecemos a vivir.
Hoy llegó ese día para mi tía, me
siento muy contento porque estoy seguro que vivió una vida plena, llena de
experiencias de las que supo enriquecerse. Y, como en el episodio de Marta y
María, a mi parecer, ella siempre supo elegir la mejor parte de la vida. Confío
en que Jesús la recibirá como al buen ladrón y que dará consuelo a mis abuelos
con quienes compartió esto y mucho más a lo largo de su vida.
Sólo un par de pensamientos más,
otra de las frases de mi tía era un alegre “¡Pedrito, que milagro!” cada vez
que me veía. Hace unos días, la última vez que la vi, estaba ya agonizante y
con mucha dificultad para respirar, pero cuando me vio sonrió y me dijo una vez
más, “¡Pedrito, que milagro!” se que, cuando llegue mi hora, la volveré a ver y
me dirá lo mismo, solo que esta vez, será un saludo que durará para siempre. Porque
si algo aprendí estos días es que, las despedidas no son duras si tienes fe. Mi
abuela se fue a despedir de mi tía cuando iba a ir al hospital, sabía que
podría ser la última vez que la viera. Fue muy simple, se saludaron, mi abuela
le dijo “Irma, te quiero mucho, que Dios te acompañe.” Y mi tía le contesto
“gracias, yo también” y se despidieron con un “¡Nos vemos!” Espero que, cuando
llegue mi hora, sea capaz de despedirme de todos con esa confianza, sencillez y
tranquilidad que me enseñaron mi tía y mi abuela. Y de aquí en adelante, si
alguien me pregunta, diré que todos los animales vienen de África.